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Ward Craig pudo hallar la oficina del comisario de Santa Fe porque la lámpara de acetileno destacaba el letrero entre las docenas de rótulos desparramados a lo largo de la calle principal. La puerta estaba abierta y Ward no tuvo necesidad de llamar. Esperó apoyado en el marco de la puerta. Dos quinqués iluminaban la estancia. Uno de los ayudantes del comisario golpeaba con saña a un sujeto que rugía de dolor en el suelo.
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