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Detuve el coche en la estación de servicio que había a la entrada de la calle Principal. Bien, ya había llegado a Centerville. Las palabras de mi amigo Tony Lake resonaron en mi mente: Centerville es una ciudad auténticamente sureña. Ten cuidado, Burt, los ciudadanos están encerrados en sí mismos, ni siquiera son expansivos con los forasteros cuando se celebran sus fiestas. Para ellos, un hombre llegado de Nueva York es como un marciano. Procura portarte bien y no tendrás dificultades. Estaba dispuesto a portarme bien, porque no quería ninguna clase de dificultades. Sólo deseaba hacer mi reportaje y tirar cierto número de fotografías. —¿Le lleno el tanque? —interrumpió mis pensamientos el empleado, un tipo larguirucho, pecoso, con acné juvenil. —Sí, llénalo. De pronto oí gritos a mi espalda. Miré por el espejo retrovisor. Un hombre había cogido a una negrita del brazo. —Betty, ven conmigo. —No quiero ir con usted.