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Anna Shelley comprobó que sus dientes habían quedado limpios y guardó el tubo de pasta y el cepillo en el armario que colgaba junto al espejo. Se arregló el cabello y al terminar con el último bucle rubio diose cuenta de que sus ojos estaban enrojecidos. La culpa era de aquellos tres whiskys dobles que había bebido en compañía de Tony...
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