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Apenas la puerta se hubo cerrado tras la última persona que había perdido las esperanzas de viajar en el Robert E. Lee, se abrió de nuevo para dar paso a un hombre y una mujer. Él era Barry Moore. Propietario del barco fluvial. Ella era su hija única, Laura, de veinte años de edad, rostro bello, de ojos azulados, nariz corta de palpitantes aletas, rojos labios y barbilla encantadora.