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Sonó un disparo y de pronto el caballo se desplomó herido de muerte, arrastrando al jinete que lo montaba, el cual dio varias vueltas en el suelo, sobre el polvo. Por fin, cuando quedó quieto, llevó rápidamente la mano a la funda pero no llegó a sacar el revólver porque allá, a la derecha del camino, junto a unas rocas, vio a dos hombres que le apuntaban con sus rifles. Soltó una maldición para sus adentros y observó a su caballo, que pateaba agónico. Los hombres del rifle echaron a andar y detuviéronse cerca del cow-boy cuando éste empezaba a levantarse. —Esto es un asalto — anunció el tipo más alto, un gigantón de unos treinta años de edad, de pelo rojizo y cara llena de pecas.