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El mercado ocupaba la plaza de la iglesia de Lucero. Los vendedores mexicanos pregonaban a voz en cuello desde sus puestos. Los que voceaban con más fuerza eran los ambulantes que corrían por los pasillos que dejaban los tenderetes. Había que andar a empujones para abrirse paso. Rod Carpenter, de veintiocho años, moreno, alto y de anchos hombros, se detuvo delante de un puesto de manzanas. —¿A cuánto, Pancho? —inquirió. El mexicano sonrió enderezando un letrero. —A diez centavos la libra.
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