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Christian Morgan penetró en La Espuela de Plata y se detuvo en el umbral, echando una mirada por el saloon. Descubrió enseguida a la rubia Shirley que hacía compañía en una mesa a un cliente, a Rex Kellog. Se estaban bebiendo media botella de whisky y, al parecer, Kellog decía cosas muy graciosas, porque Shirley reía con fuerza, la boca muy abierta. Christian frunció el ceño y se encaminó hacia el lugar en que se encontraba la pareja. Shirley se secó con un pañuelo las lágrimas que la hilaridad había hecho brotar de sus ojos y dijo: —Eres un tipo la mar de gracioso, Rex. —Y tú un ángel, preciosa.