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El puño derecho de Red Kellog, «El Bombardero del Bronx» se estrelló contra mi cara. Kellog tenía cuarenta años y hacía ya más de diez que había abandonado el cuadrilátero. Ahora era uno de los matones de Charles Larkin. Sus puños servían para eso. Para machacar narices. Para romper clavículas.
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