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Que no, Ignacio, que no. Que mi meta no es el matrimonio. ¿Quién habla ahora de casarse? ¡Bah! Eso era antes, hombre. Que las mujeres nacían y se criaban pensando en el altar como meta de toda su vida. Pero, hoy ¡Puaff! Hoy nacemos y nos criamos para algo más sublime que eso de casarse con un egoísmo exigente, repasar los calcetines, hacer la comida y cuidar de la media docena de hijos que Dios te dé. Ni pensarlo, muchacho. Hoy vamos a la Universidad y estudiamos una carrera, y la meta es mucho más importante que zurcir calcetines y limpiar la baba a los críos. Ya ves, yo pienso ser diputado. ¿Qué dices a eso? O abogado criminalista. O director de banco, o periodista, o un sinfín de cosas estupendas. ¿Sabes lo que te digo, Ignacio? Me gusta la época en que vivo y me entusiasma ir a la Universidad. Y discutir con quien sea, incluyendo a los profesores, de política, de polígonos industriales, de temas espaciales, etc., etc. Respiró fuerte. Ignacio Molina la miraba entre divertido y pesaroso.
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