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Laura Cánovas introdujo la llave en la cerradura y empujó la puerta. Cerró ésta tras de sí y a paso lento atravesó el pasillo. Aún no había llegado a mitad de éste, cuando su hermana apareció en el umbral de la cocina y le hizo una seña. Laura se detuvo en seco. Por aquí susurró Elisa. Tengo que hablar contigo, y es preciso que no nos oiga mamá. ¿Cómo está? Como todos los días. Ven, vayamos a nuestro cuarto. Elisa preguntó una débil voz, salida de una alcoba próxima a la cocina, ¿ha llegado Laura? Estoy aquí, mamá. Mientras Laura traspasaba el umbral, Elisa quedó en el pasillo apretando nerviosamente el delantal de flores entre sus dedos. Laura se inclinó sobre la cama y besó a su madre varias veces, tan tierna y maternal, que resultaba conmovedor.
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