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Esto pasó en un pueblo andaluz. Un pueblo bonito con pretensiones de ciudad importante, donde todos se conocían y cada uno de sus defectos o aventuras no pasaban para el otro inadvertidos. Y como en todos los pueblos, habían varias chicas con deseo de cazar marido. El grupo de nuestras chicas no era muy nutrido, porque no vamos a metemos con todos los habitantes femeninos del pueblo. Significaremos cuatro muchachas. La hija del boticario llamada Marisa Molina, preciosa criatura de veinticuatro años, con un pelo rubio sedoso y unos ojos azules muy grandes. Tere Estralgo, hija del médico titular, luciendo la hermosa edad de veintidós años, con unos ojos negros de gitana que mareaban y unos cabellos leonados dignos de mejor suerte que morirse de tedio en aquel pueblo. Y Mary Sol Villarta, heredera de un gran comerciante al por mayor, que suspiraba tras su ventana preguntándose una vez más si sus veintitrés años recién cumplidos no llamarían la atención. Y no debemos olvidamos de Marta Frondoso, una morena gitana con unos ojos negros escandalosamente grandes. Esta muchacha era hija del juez, un señor cargado de dinero y de ganas de casar a su unigénita, porque él era un hombre tranquilo e indiferente y le encorajinaba ver de continuo a su heredera suspirar tras el visillo cada vez que un muchacho medianamente presentable pasaba bajo el balcón. Y por otra parte, Marta ya había cumplido los veinticinco y su padre no era un tipo soñador y sabía muy bien que a esa edad el sol pasa rozando la puerta de una mocita.