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Bob alzó los ojos del libro y contempló las cataratas que tenía enfrente. Rhodesia había cambiado mucho desde aquellos lejanos tiempos que Agatha Christie relataba en su libro. Ahora las estaciones podían llamarse estaciones, pero los «indígenas» no vendían figuras de madera a un tiki. Ahora los «indígenas» se ocultaban en las selvas y en los lugares casi inaccesibles de las montañas y caían por la noche sobre las granjas quemando y matando todo lo que encontraban a su paso. El muchacho paseó su mirada por el entorno. Realmente, era muy bello todo lo que estaba contemplando. El lago Kariba, de azules y tranquilas aguas, las montañas al fondo, fresca y tupida vegetación por todas partes, y presidiéndolo todo, las cataratas. «Es muy hermoso todo esto. Y es mi patria».