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El tórrido sol mejicano se había puesto ya y los últimos rayos que se divisaban en el lejano horizonte lanzaban un débil resplandor, augurio de una noche sofocante. En el crepúsculo, un grupo de jinetes de aspecto cansado cabalgaba lentamente en dirección al Norte, por un terreno sembrado de mezquite. Los hombres hablaban entre sí; pero lo hacían en voz baja como si las sombras de la árida llanura les llenara de temor. Caminantes solitarios en una tierra desierta, atravesaban un mundo poblado únicamente por ellos. Sus voces se apagaron y los caballos siguieron avanzando en medio del silencio. Las siluetas de los jinetes se hacían más confusas en la oscuridad que iba creciendo, cuando de pronto la tensión fue rota, por un terno lanzado con rabia por uno de los hombres.