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El tren partió de nuevo dejándolo en el solitario andén. Gradualmente el convoy fue adquiriendo velocidad perdiéndose en la noche. Cuando las luces del furgón de cola estaban a más de un kilómetro de distancia, Cisco Martínez paseó una somnolienta mirada por lo que era la estación ferroviaria de Pico Alto. Le pareció bien poca cosa. El gran reloj colgado sobre la puerta que conducía a las dependencias de la estación marcaba las doce y diez minutos de la noche. En realidad no era extraño que no hubiese nadie por allí. Y más teniendo en cuenta que sólo él había descendido del tren en Pico Alto.