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Jerry Shanon se detuvo delante del gran escaparate de la tienda de modas. El nombre constaba en un artístico letrero de cristal pintado de tal modo, que las letras parecían flores. De todos modos, era fácil de leer: «Vanities». Un bonito letrero, en fin, había que admitirlo; por las noches, cuando se iluminaba, quedaba aún más bonito que de día, pues las flores destacaban con vivos y alegres colores. Tras el gran cristal, había maniquíes luciendo los modelos de la casa Vanities. A Jerry Shanon siempre le habían maravillado aquellos maniquíes de celuloide. Eran perfectos. Siempre habían cinco o seis, y contemplando aquellas bellas muchachas de pega, Jerry se hacía un lío, porque no hubiese sabido con cuál quedarse en el caso de que se hubiesen convertido en seres de carne y hueso. En general, a él le gustaban las morenas. Pero ¿qué decir en contra de aquella muchachita de plástico o lo que fuese, que tenía los bracitos como saludando, y aquella carita ideal, de grandes ojos azules y rubios cabellos?