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El radiólogo se quitó el delantal de plomo, los guantes, las gafas y se marchó como una raya siguiendo una regla. Reiner y el coronel se quedaron solos. —¿Cuál es esa solución? —Es muy sencillo: voy a quemar el cadáver. —¿Y el microfilm? —Los que lo prepararon tuvieron el cuidado de hacerlo totalmente incombustible; lo recuperaremos de entre las cenizas. Ese imbécil se ha equivocado sin duda; no sería capaz de hallar el hueso en una pierna de cordero. Le tendré al corriente. Reiner salió de la habitación con aire soñador: por aquel microfilm las grandes potencias estaban dispuestas a todo.