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Estaba a punto de llegar el invierno.La hojarasca amarillenta de las arboledas otoñales comenzaba a tomar un tinte más oscuro, allá en el fondo de la hondonada. En cambio, las coníferas de las grandes alturas que circundaban la zona, mantenían su verde sombrío y espléndido a la vez, agitado por un aire frío, cortante y seco, precursor de las primeras nevadas.El jinete conducía sin prisas a su montura, sujetando las riendas sin apenas presión. El caballo parecía conocer bien el camino, aunque era la primera vez que lo recorría. El instinto animal, su fino olfato, le guiaba sin la menor vacilación hacia el punto donde el humo que salía por las chimeneas olía a leña, a calor, a hogar.Sabía sin duda el caballo que allí donde humeaba aquel aroma a madera quemada, había heno fresco, agua y descanso. Y se limitaba a seguir esa ruta sin necesidad de que su jinete le indicara nada.