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—Parker, esto es escandaloso. Hay un cadáver en la biblioteca. El alto y delgado mayordomo de cara de palo se inclinó respetuosamente. —Sí, milady… Perdón, ¿cómo ha dicho, milady? La anciana señora, que estaba sentada en un cómodo butacón, no lejos de una chimenea encendida, se llevó los impertinentes a los ojos y miró de pies a cabeza a, su mayordomo.
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