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—¡QUIERO alquilar una isla! El empleado de la agencia de viajes puso más atención ante el posible cliente que tenía ante él, fijándose en que, al igual que su insólita petición, aquél no era un hombre normal. Al menos, no era normal en cuanto a su indumentaria. Alto y fornido, como de unos cincuenta años pero conservando toda su energía y vigor, aquel individuo lucía un blanco turbante en la cabeza que, a guisa de brocha, remataba en una gran esmeralda que lanzaba verdes destellos. Más que tostado por el sol, su anguloso rostro mostraba el típico color de muchos hindúes, al igual que sus largas manos, bien cuidadas, y que también lucían dos anillos con brillantes de regular tamaño.
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