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El destino de Elizabeth Chamberlain, una niña perteneciente a la alta sociedad inglesa de fines del siglo XVIII, cambia desde el momento en que su padre, arruinado por las deudas y por querer aparentar una vida de lujos, decide ayudar a su suerte y comerciar con América sin tener el seguro correspondiente por daños y pérdidas. Acorralado por la desgracia de haber jugado su última carta y haber perdido, opta –cobardemente– por acabar con su vida, sin pensar demasiado en las consecuencias que esta decisión traería para su hija Elizabeth. Como es natural, todos son amigos en tiempos de prosperidad, pero, en momentos de necesidad, muchos son los que eligen dar la espalda. Eso le ocurre a Elizabeth con su prometido, el marqués de Bloomberry, quien la abandona prácticamente en el altar. Rodeada de acreedores y casi en la calle, Elizabeth por fin ve la luz cuando un antiguo amigo de su padre se apersona para presentarle sus respetos. El capitán England y su esposa le ofrecen un trabajo digno para el cual Elizabeth se encuentra más que preparada: ser institutriz de los dos niños de la pareja. Mas la condición es que ella también viva con ellos. Fuera de Inglaterra… y de Europa. En una isla no muy lejana llamada Madeira.