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—No acepto —dijo Reiner Ella sonrió como una abuela astuta. —Ya sé lo que usted piensa de nosotras —dijo—. Nos considera una especie de gang de abuelitas octogenarias que de vez en cuando dejan sus labores para empuñar la Sten o el Mauser contra sus enemigos de antaño; pero le diré una cosa, apreciado amigo… Los nazis destrozaron mi vida: mátelos a todos. Reiner se volvió y tiró la colilla. La espalda encorvada de la anciana evocaba una pena sin nombre.