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—F.B.I., al habla, ¿quién llama? El muchacho que sostenía el auricular pegado a la oreja, apoyándolo contra el hombro derecho, dejaba libres sus manos para anotar en el cuaderno que había en la mesa frente a sus ojos. Ante el silencio del comunicante, insistió: —F.B.I., al habla, ¿quién llama? Silencio. Y por fin, una voz queda, tenue, temblorosa: —¿Es… la Oficina Federal? —Le he dicho eso, dos veces consecutivas. ¿Quién es usted? —Mi nombre no importa. Tengo algo importante que comunicarle. —Adelante, tomo nota.
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