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No hay mucho que hacer en una isla desierta. Al principio, si has naufragado, la isla te parece una bendición del cielo: te dan ganas de besar la playa, de correr, de saltar y de cantar como un loco, agradeciendo al diablo la oportunidad de seguir viviendo. La brisa es una caricia perfumada; el sol, una mano cálida sobre tu piel; la arena, oro en polvo. En fin, una delicia.
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