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A David Dahl le gustaba Katherine Hurst, aunque en realidad nunca se había detenido a considerar cuál era exactamente el encanto de la muchacha. Algunas veces, antes de asediarla de amores, la había encontrado vulgar. No era fea, eso no, pero tampoco una belleza como Lucy, su antigua novia… Reunía detalles muy destacables, algunas cosas aisladas que atraían; pero, en conjunto, no se explicaba qué era lo más sugestivo de su persona.
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