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Girando las manecillas en sentido inverso, solo en la amplia cúpula del observatorio, el muchacho hizo retroceder el tubo del telescopio electrónico hasta enfocar nuevamente lo que de un modo mecánico dejara atrás en su rutinaria y cotidiana inspección del espacio... y hubo un gesto de estupor en su rostro juvenil cuando, inclinado sobre la pantalla del visor, contempló reflejada allí la imagen brillante de un astro perdido aún en la inmensa lejanía. Atónito, entreabrió los labios temblorosos murmurando con pasmo creciente: -¡No... no puede ser!... ¡Resulta demasiado hermoso para creerlo! La contemplación de aquel fantástico punto brillante había creado en su voz un tono de angustia y esperanza, temor instintivo de que la imagen pudiera desvanecerse y deseo ferviente de que fuese aquél el ansiado vislumbre de esperanza.