El "Martín Fierro"
Jorge Luis Borges
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Descripción
Hace cuarenta o cincuenta años, los muchachos leían el Martín Fierro como ahora leen a Van Dine o a Emilio Salgari; a veces clandestina y siempre furtiva, esa lectura era un placer y no el cumplimiento de una obligación pedagógica. Ahora, el Martín Fierro es un libro clásico y ese calificativo se oye como sinónimo de tedio. Por su mero volumen, las ediciones eruditas contribuyen a la difusión de ese error; la indudable extensión del doctor Tiscornia ha sido atribuida al poeta comentado por él. Lo cierto es que el Martín Fierro abarca unas ochenta páginas y podemos empezarlo y concluirlo, sin exceso de velocidad, en un solo día. En cuanto a su vocabulario, ya veremos que es menos regional que el de Estanislao del Campo o el de Lussich. No faltan ediciones cuidadas. Acaso la mejor sea la de Santiago M. Lugones[1],(Buenos Aires, 1926), cuyas notas lacónicas, obra de un hombre que conoce nuestra campaña, son utilísimas para la inteligencia del texto. Más conocida es la de Eleuterio Tiscornia, publicada en 1925; las palabras necesarias sobre este libro han sido dichas por Ezequiel Martínez Estrada (Muerte y transfiguración de Martín Fierro, II, 219). Promover la lectura de Martín Fierro es el objeto principal de este breve trabajo. Pero nuestro libro es elemental; para proseguir el estudio del Martín Fierro, son indispensables El payador (1916), de Leopoldo Lugones, y Muerte y transfiguración de Martín Fierro (1948), de Ezequiel Martínez Estrada. El primero destaca los elementos elegiacos y épicos de la obra; el segundo, lo trágico de su mundo, y aun lo demoníaco. Irreverentes y de muy amena lectura son los Folletos lenguaraces (Córdoba, 1939-1945), de Vicente Rossi. Una de las tesis de Rossi es que el Martín Fierro es más orillero que gaucho. De útil manejo es también el Vocabulario y frases de «Martín Fierro» (Buenos Aires, 1950), de Francisco I. Castro, si bien el autor, muchas veces, busca el sentido de las locuciones oscuras en el contexto del poema y no alega otras autoridades. Así, de la palabra pango dice que significa «bochinche, pelotera, desorden, enredo, confusión» y nos remite al canto XI, en el que se lee: «Mas metió el diablo la cola / y todo se volvió pango.» En los lugares que permiten dos interpretaciones, el señor Castro suele optar por las dos. Aclara que un consuelo es «algún peso para el tirador y una china que lo amará.» Para el tipo genérico del paisano, puede consultarse El gaucho (Buenos Aires, 1945), de Emilio A. Coni; para el origen de su nombre, el capítulo «Treinta etimologías de Gaucho», del libro El castellano en la Argentina (La Plata, 1928), de Arturo Costa Álvarez.
ISBN: 9788535928655
Editorial: Companhia das Letras
Año publicación: 2017
Categorías: Divulgativos, Otras Categorías
Lenguaje: Español
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